Homosexual, de familia republicano y delincuente por necesidad. Juan Soto Puente reunía todo aquello de lo que la dictadura franquista abominaba. Su vida fue la de tantos jóvenes de posguerra que tuvieron que dejar atrás su ciudad o su pueblo para buscar una vida mejor. Pasó veinticinco años en diferentes cárceles incluido el campo de concentración de Nanclares), en las que vio de todo. Por suerte para él, logró establecerse en Canarias, desempeñar un trabajo honrado como empleado de un hotel durante muchos años y llegar a una plácida jubilación. Fue entonces cuando le conocí.
Pasamos muchos días juntos, sobre todo cuando él venía a Madrid. Le gustaba salir de vez en cuando de Las Palmas, coger un avión y hacer cosas que rompieran su rutina. Recuerdo su ironía y su emoción cuando veía a dos chicos cogidos de la mano. «Lo hemos conseguido, Fernando. Cuidémoslo, Fernando, que nadie nos lo arrebate. Porque hay mucha gente que nos los quiere robar, que quiere volver a lo de antes». Cuánta razón tenías, querido.
De aquellas largas conversaciones surgió el capítulo llamado «Un hombre llamado Katy» de «El látigo y la pluma». A raíz del libro le hicieron muchas entrevistas, intervino en encuentros LGTBI e incluso en un acto de homenaje a los represaliados, en la prisión de Nanclares. Aunque hubiera sido fugazmente, sintió que su testimonio servía. Que su vida, a pesar de todo, había merecido la pena.
«Un hombre llamado Katy» es también el título de su autobiografía, un escalofriante relato de su paso por los bajos fondos de Barcelona y por las prisiones y batallones disciplinarios del régimen.
Mantuve el contacto con Juan durante muchos años, siempre me respondía desde su teléfono fijo, nos intercambiábamos cartas… Su salud fue deteriorándose hasta que un día conocí su fallecimiento. Juanito, te echo de menos. Si tienes interés en su autobiografía, contacta conmigo en olmedani@gmail.com.